Publicado originalmente en El Salto el día 08/03/25.
Autoría: Sara Plaza Casares
Imagen de portada: Sancho Somalo
Mari Carmen Motos padece fibromialgia y encefalomielitis miálgica o síndrome de fatiga crónica (EM/SFC). Un día salió de la consulta de reumatología con una derivación hacia psiquiatría. La médica le dijo que no sabía si tenía un posible trastorno bipolar o esquizofrenia. “Cuando me vio la psiquiatra me dijo que le mandaban a muchas pacientes desde esa consulta y que tanto ella como la psicóloga que trabajaban en la misma unidad eran consciente del maltrato que nos daban negando nuestra enfermedad, negando nuestro dolor crónico, queriendo transformarla en una enfermedad psiquiátrica cuando no lo es”, relata. Unos días después, en una consulta de medicina interna, y tras negar la existencia de la fibromialgia como enfermedad, el médico le preguntó por cómo se encontraba de estado anímico. “Yo le dije que de ánimo estaba bien, no creyó lo que le respondí y preguntó a mi marido, que me acompañaba. Mi marido le respondió que yo no tenía ningún problema de ánimo. Pues aún así, me recetó un antidepresivo”.
Las cifras y sus razones
Las cifras dicen que el consumo de antidepresivos, ansiolíticos e hipnóticos es el doble en mujeres que en hombres (entre 1,5 y 3 veces más) en dosis diaria por 1.000 habitantes. Así lo recoge el informe Consumo de Antidepresivos, Ansiolíticos, Hipnóticos y Sedantes, del Sistema de Información del SNS de marzo 2024, para un país que es el mayor consumidor de benzodiacepinas del mundo. Para las expertas consultadas para este reportaje las razones de esta desigualdad en el consumo son multifactoriales.
Para empezar, el psiquiatra y miembro de la Asociación Acceso Justo al Medicamento, Fernando Lamata explica que la prevalencia de personas diagnosticadas con síntomas de ansiedad es el doble en mujeres que en varones y la prevalencia de depresión es de más del doble en mujeres que en varones. “En el Informe del Sistema Nacional de Salud de 2023, en el registro de Atención Primaria, en las mujeres se diagnosticaron un 37% de problemas de salud mental, frente al 31% que se diagnosticaron en los varones”, describe Lamata.
Detrás de esto, las mujeres tienen peores condiciones de vida que hacen que padezcan un mayor sufrimiento psíquico debido a la discriminación y violencia que sufren en sociedades patriarcales y capitalistas como la nuestra, explica Maite Campo Iparragirre, investigadora en Salud Pública y miembro del grupo de investigación OPIK de la Universidad del País Vasco. Una de las líneas de investigación de este equipo son las desigualdades de género, salud mental y medicalización. En sus análisis demuestran que el peor estado de salud mental de las mujeres no es la única variable que explica su elevado consumo de psicofármacos.
El androcentrismo en la medicina
“Asistimos a una medicalización de la vida cotidiana que no está libre de sesgos de género. En el grupo hemos investigado los factores que hay detrás de esta medicalización de la vida de las mujeres. Hay un sesgo de género tanto en el diagnóstico de las enfermedades, como en la investigación y en el tratamiento”, expresa Campo, quien habla de una ciencia androcéntrica ya que las mujeres han quedado históricamente fuera del estudio de la medicina.
“Debido a este androcentrismo y a esa falta de investigación de los síntomas específicos de las enfermedades en las mujeres, como es el caso de la fibromialgia, cuando la medicina se encuentra ante una sintomatología que no puede explicar y no tiene una base orgánica, hace que esa sintomatología se catalogue como un síntoma psicosomático y por lo tanto sea más fácil medicalizarlo a través de un psicofármaco”, explica esta investigadora.
El segundo sería el papel de las ciencias “psi” en la patologización de lo femenino. Maite Campo explica que, debido a los mandatos de género, las mujeres tendemos a expresar los problemas emocionales con mayor facilidad “por tanto son más los problemas de salud mental que llegan a la consulta médica en el caso de las mujeres y el lenguaje que utilizamos se asemeja más a la sintomatología descrita para los diagnósticos clínicos de ansiedad y depresión de forma que a las mujeres se nos diagnostica más frecuentemente y se nos medicaliza más frecuentemente”, explica la investigadora basándose en otro de sus papers.
La ineficacia de los fármacos y los riesgos
Pero, más allá de los fallos en los diagnósticos y cuando el sufrimiento psíquico es acuciante, ¿para qué sirve la prescripción de estos medicamentos? Fernando Lamata avisa: «Conviene recordar que la mayor parte de los psicofármacos no tienen efectos específicos en determinada función mental. El efecto puede ser diferente en distintas personas. Que un medicamento se etiquete como antidepresivo no quiere decir que se haya comprobado que reduce la depresión. Muchos medicamentos llamados antidepresivos por las empresas farmacéuticas no han demostrado que tengan un efecto mayor que un placebo. Y siempre tienen efectos secundarios, algunos adversos», añade.
¿Y cómo se incrementan estos riesgos en las mujeres? Para Patricia Martínez Redondo, educadora social experta en perspectiva de género y adicciones, hay un elevado riesgo en el abuso de estas sustancias, potenciado por la normalización de la imagen de las mujeres consumidoras de sustancias como las benzodiacepinas en la sociedad. “Es la única droga que consumen las mujeres más que los hombres a lo largo de toda la vida. Los ansiolíticos llegan a su vida pronto y con 14 años ya hay evidencia de que están consumiendo. Es la única droga que en las mujeres se ve como normal, no recibe sanción social, incluso su consumo en exceso”, advierte.
Martínez Redondo admite que estos psicofármacos pueden ser una ayuda puntual, pero no puede ser algo que se alargue durante años. “Tenemos mujeres con 15 años de consumo a sus espaldas, con todas las consecuencias que eso tiene a nivel orgánico. Afecta a las conexiones neuronales en el cerebro y acaba afectando a la producción hormonal del cuerpo. Muchos de estos fármacos aumentan la segregación de hormonas que producen bienestar, por eso es tan difícil dejarlos luego”, añade.
Una solución individual para un problema social
Por otro lado, las expertas advierten del peligro de dar una solución individual a un problema colectivo. Alicia Díaz Revilla, médica de familia en el CS San Juan de la Cruz (Pozuelo, Madrid) y miembro del Grupo de Trabajo de Atención a la Mujer de SoMaMFyC valora que “las pastillas” terminan representando “una solución individual a los desajustes y problemas que tienen origen en cómo hemos estructurado nuestra convivencia”.
“Posiblemente cambios estructurales tanto en el ámbito público como privado, que amplíen los derechos de las mujeres acabando con la brecha salarial, el reconocimiento del trabajo doméstico, el compartir los cuidados, la erradicación de la violencia de género y el empoderamiento de la mujer mejorarían su salud. Es demostrable como en países donde la brecha de género es menor, hay menor desigualdades en los diagnósticos de depresión en la población”, describe Díaz.
Martínez Redondo pone el foco en la prescripción de psicofármacos a mujeres que están siendo víctimas de violencia machista, y que también experimentan un sufrimiento psíquico. “Es absurdo que sea considerado como patológico, como si surgiera de la nada. Medicar el síntoma y mantener a la mujer en esas condiciones de vida no tiene sentido. Habría que apoyarla para que pueda cambiar sus condiciones de vida y salir de la situación de violencia en que se encuentra”, añade.
La terapia activa como alternativa
Neus Carrilero Carrió es exinvestigadora de la Agencia de calidad y evaluaciones sanitarias de Catalunya (AQuAS) y actual coordinadora de investigación de Atención Primaria en el Parc Sanitari Pere Virgili. Incide en la importancia de las terapias como alternativa a la medicalización de los problemas de salud mental en las mujeres. Y más cuando, avisa, se están medicalizando procesos naturales como un duelo o la menopausia.
“La menopausia cursa con insomnio, las benzodiacepinas no deben ser el tratamiento de primera elección; aplicar pautas de sueños o recurrir a sesiones grupales de bienestar emocional serían la alternativa deseable”, señala Carrilero, quien destaca la labor del Referente de bienestar emocional, una figura, asentada en los centros de salud de Catalunya, que organiza sesiones grupales para ayudar a que la persona sea activa en su patología. Hay grupos de duelo, para tratar la ansiedad o para tratar el insomnio, que facilitan “que la paciente se empodere y sea parte activa de la solución”.