Artículo original en catalán publicado en Social.cat el 5 de julio de 2017 AQUÍ.
Pau Zabala Guitart. Coordinador del proyecto “Paranys de l’amor” talleres de prevención de violencias de género del Ayuntamiento de Barcelona y Educador de la Fundación Salud y Comunidad.
Uno de los pensamientos que detectamos que está ganando presencia en personas adultas o en profesorado en los institutos es que «los adolescentes de ahora son más machistas que antes». De hecho es una idea que constantemente se nos pone sobre la mesa cuando hablamos con madres, padres y profesionales de la educación. Esta es una cuestión que nos genera contradicciones y posicionamientos diversos que hay que comentar.
La mirada de género o feminista
Para valorar el machismo en la adolescencia debemos entenderlo en primer lugar como un conflicto de escala social, sistémico, de modelo. En términos de género vivimos en un heteropatriarcado que sustenta el sistema socioeconómico capitalista y que rige la mayoría de normas de comportamiento que debemos seguir las personas desde el momento que nacemos y nos dicen que tenemos pene o vagina.
En segundo lugar, machismo hay siempre en nuestra sociedad, en nuestra construcción como personas y en el cómo nos relacionamos con los demás. Y esto sucede en las diferentes etapas de nuestra vida y en todas las escalas (yo, yo y tú, el grupo, la escuela, etc.) y en todas las esferas (economía, estado, religión, medios de comunicación, familia, grupo de iguales, etc.).
En tercer lugar, el machismo es dinámico, sabe adaptarse a los tiempos y se expresa de diferentes formas. Esto va configurando también la percepción y el análisis sobre su articulación. Antes no veíamos cosas que ahora vemos y al revés.
Por lo tanto, tal vez sería más preciso preguntarnos: ¿cómo funciona el machismo en la adolescencia?
El machismo funciona reproduciendo los estereotipos de sexo, género y deseo. En el sexo sería entender que cuando nacemos sólo existen hombres y mujeres. En el género que si naces hombre debes comportarte de forma masculina, si naces mujer de forma femenina y, en el deseo, es entender que todas las personas somos heterosexuales por norma. Todas las personas que se saltan estas normas sociales, reciben diferentes formas de violencia.
La etapa de la adolescencia es un momento fundamental para la interiorización de estas normas sociales basadas en los estereotipos machistas. Es cuando empezamos a entender que la forma diferencial que aprendemos niñas y niños, pasa a ser desigual. Es decir, es un momento crucial donde nos damos cuenta de que en nuestra sociedad ser chica tiene unas consecuencias diferentes a ser chico, y que, estas consecuencias se basan en relaciones de poder machistas. ¿Esto cómo se traduce en el día a día en los institutos?
La visualización de algunas formas de machismo
Una manera fácil de entender la reproducción de estos estereotipos que generan comportamientos machistas es visualizándolo a través de expresiones concretas de uso cotidiano en los institutos. Los insultos y los usos que tienen, en este caso, nos pueden servir de ayuda para entender de una forma explícita cómo funcionan estas desigualdades. Básicamente y resumiendo, podemos ordenar cuatro formas de violencias de género que son importantes trabajar.
La violencia de género dirigida a las chicas a través de los insultos de puta, guarra, zorra, etc. El uso de este insulto nos habla de la limitación de la libertad sexual de las chicas y de las consecuencias que sufren las mujeres cuando reciben algún tipo de agresión de carácter sexual. En este sentido es importante relacionarlo con el funcionamiento del machismo a través de la culpabilización de las mujeres cuando son agredidas y de la limitación de la libertad de las mismas en los espacios públicos.
También relacionado con esta idea podemos trabajar la problemática de la educación sexual diferencial que están aprendiendo chicos y chicas: desde un sesgado aprendizaje basado en el tabú, a través de un modelo de sexualidad falocèntrica y coitocèntrica, hasta una represión de la sexualidad para a las chicas como agente pasivo y una sobrevaloración de la sexualidad activa, expansiva y dominante hacia los chicos. Además, generalmente sucede desde un paradigma heterosexual.
Los insultos dirigidos al constante juicio del cuerpo de las chicas: gorda, plana, fea, fideo, etc. Estos nos sirven para hablar sobre cómo el machismo opera a través de las presiones corporales y estéticas, regulando la autoestima de la mujer mediante la valoración de ser una persona «follable por otro hombre». Podemos identificarlo fácilmente con la cosificación del cuerpo de la mujer y más consecuentes con la anorexia, la bulimia, las autolesiones o los suicidios.
Con los chicos trabajamos sobre todo el tema de la homofobia exteriorizado e interiorizada. Los insultos de gay, marica, nenaza, etc. están a la orden del día. No solamente como forma de maltratar a los chicos gays, sino también como forma de relacionar unos comportamientos con ser gay y las discriminaciones que conllevan. Es una limitación de la libertad de expresión y de gestión de las emociones que representan debilidad y vulnerabilidad. Pueden generar consecuencias como la resolución de los problemas a través de la violencia o las conductas de riesgo como demostraciones de masculinidad. Las tasas tan elevadas de suicidios de hombres, de muertes por peleas y el acoso por causa homofóbica son algunos de los efectos de estas formas de machismo hacia los chicos.
Finalmente, la violencia de género en el ámbito de la pareja y en las relaciones afectivo-sexuales. En este tema no hablamos tanto de los insultos, sino del funcionamiento del modelo heteropatriarcal basado en la reproducción de los estereotipos de género en la pareja y en los mitos del amor romántico. Son suficientemente conocidas las consecuencias tan graves que lleva este tema como son la cantidad de mujeres asesinadas en manos de sus parejas o ex parejas cada año.
La mirada educativa
Para terminar y volver a la idea principal del artículo, es importante resaltar que una mirada educativa y de prevención de las violencias de género, debería ir más dirigida a preguntarnos qué condiciones y oportunidades estamos dando a las personas en adolescencia y sobre qué modelo socioeconómico estamos trabajando, empezando por el sistema educativo que les ofrecemos. Por otra parte, deberíamos tratar a las personas en adolescencia como personas con agencia, que tienen opinión, que pueden entender y elaborar discursos propios y que, en muchas ocasiones, son personas que tienen más enseñarnos ellas nosotros, que nosotros a ellas.
Evidentemente detectamos cantidad de actitudes y comportamientos machistas entre la población en adolescencia antes, durante y fuera de los talleres, pero sin embargo no creemos que lo sea más o menos que en los mismos adultos. Conocemos cada día muchas chicas y chicos con formas de relacionarse menos normativas en términos de género que entre los mismos adultos y, de hecho, entre las personas en adolescencia es más habitual descubrir discursos elaborados, profundos y transformadores que en el mismo profesorado que les da clase. Es más, no es raro encontrarnos entre parte del profesorado discursos y actitudes más machistas que entre el propio alumnado.
Las personas en adolescencia son un espejo exagerado de nuestra sociedad y, como idea esperanzadora, es que seguramente les será menos difícil cambiar sus comportamientos machistas que en el caso de las personas en etapa adulta. Que lo hacemos o no, será un trabajo construido conjuntamente con ellas y, procurando, por favor, de no estigmatizarlos.
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