Artículo original en catalán en El Crític (27/04/18)
Carla Vall
Días antes de los Sanfermines 5 hombres se habían preparado para agredir a alguna mujer en grupo. Entre los preparativos de la fiesta había: “¿Llevamos burundanga? Tengo reinoles tiraditas de precio. Para las violaciones”. Pero la lista para la excursión a Navarra tenía todavía más cosas: “Hay que empezar a buscar el cloroformo, los reinoles, las cuerdas… para no cogernos los dedos porque después queremos violar todos”.
No era la primera vez. La Manada de depredadores ya había actuado de manera similar. En mayo de 2016 habían agredido sexualmente a una chica dentro de un coche mientras también lo grababan, fue en Pozoblanco (Córdoba). El modus operandi era siempre lo mismo; tenían un objetivo común: agredir sexualmente en grupo a una mujer joven, grabarlo y pasarlo al resto del grupo. Lejos de estar avergonzados o pensar que eran pruebas, pasaban vídeos, fotografías y preparaban la jugada premeditadamente. Y es que los agresores lo saben: para ellos, impunidad; para ellas, estigma.
Ninguno de los otros miembros del grupo frenó nunca al resto; al contrario, normalizaban aquellas conductas y se animaban los unos a los otros. Risas, aplausos y mensajes de apoyo eran las respuestas a propuestas de violación, vídeos y otros contenidos misóginos.
Fuera del grupo de WhatsApp los depredadores tenían vidas aparentemente normales: trabajos estables, oposiciones a cuerpos de seguridad del Estado, ‘novias’ a quienes decían amar… Y es que el perfil criminal de los agresores sexuales suele ser el de chicos normales, con un cotidiano ajeno a sospecha aparente mientras, paralelamente, comparten espacios de misoginia.
Así, el 7 de julio del 2016, de madrugada, 5 de aquellos depredadores violaron a una joven de 18 años en un portal. Todos la violaron. Grabaron aquella hazaña con móviles y enviaron los vídeos al grupo de WhatsApp para demostrar con orgullo la promesa que habían hecho antes de marcharse: queríamos violar y lo hemos hecho. Para evitar que la mujer llegara a pedir auxilio y como una hazaña, decidieron, además, robarle el móvil.
Horas después de la violación, los 5 hombres fueron detenidos, ingresando en prisión provisional comunicada y sin fianza aquel mismo día dada ‘la extrema gravedad de los hechos’. Aquel mismo día empezó, también, el juicio sobre la víctima. Todos los mitos y estereotipos colapsaron el juicio popular contra la víctima, el cual se ha alargado hasta el día de hoy.
Primeramente se apuntó en el hecho de que la mujer había vuelto sola, que había bebido, que habría tenido contactos sexoafectivos con otros hombres aquella noche… Por descontado, el relato en la calle era que ‘ella se lo había buscado’. No fue hasta que trascendieron los mensajes de WhatsApp que la opinión pública cambió. Las defensas activaron todos los mecanismos del imaginario colectivo: eran buenos chicos, con trabajo, con ‘novias’ que lloraban por las parejas a las que no podían ver. Y, de nuevo, el juicio contra la víctima operó hasta que se supo que no era la única víctima. En octubre del 2016, se tiene conocimiento de las imágenes de la víctima de Pozoblanco, prácticamente inconsciente. Es la policía quien contacta con la mujer y ella accede a denunciar; cuando lo hace, reconoce que no lo había hecho porque varias personas de su entorno habían desconfiado de ella cuando les explicó que lo habían agredido sexualmente.
El 16 de noviembre del 2017 empieza el juicio contra ellos, pero sigue el de la víctima. Las defensas retiran, finalmente, un informe de un investigador privado que había seguido a la mujer agredida con el fin de comprobar qué tipo de vida llevaba después de los hechos. La recuperación después de una violación está prohibida. Recuperarse significa hablar, ser una superviviente.
Durante el juicio, uno de los Magistrados soltó a la víctima: ‘usted dolor está claro que no sintió’. El mismo Magistrado que 5 meses después de una espera interminable ha emitido un voto particular de casi 200 páginas en el cual dice ‘lo que me sugieren sus gestos, expresiones y los sonidos que emite es excitación sexual.’ Lo que me preocupa de verdad es que creo que hay sinceridad en este voto particular. Que realmente piensa que esta lectura es posible en los ojos de un hombre. Me preocupa que los agresores tengan normalizadas estas violencias como si fuera que se espera del sexo, cuando en realidad se habla de ‘el lugar recóndito y angosto descrito, con una sola salida, rodeada por cinco varones, de edades muy superiores y fuerte complexión, conseguida conforme a lo pretendido y deseado por los procesados y querida por estos, se sintió impresionada y sin capacidad de reacción. […] experimentó la sensación de angustia, incrementada cuando uno de los procesados acercó la mandíbula de la denunciante para que le hiciera una felación y en esa situación, notó como otro de los procesados le cogía de la cadera y le bajaba los leggins y el tanga, sintió un intenso agobio y desasosiego, que le produjo estupor y le hizo adoptar una actitud de sometimiento y pasividad , determinándole a hacer lo que los procesados le decían que hiciera , manteniendo la mayor parte del tiempo los ojos cerrados.’
Estamos tan lejos de la introducción de la perspectiva de género y la comprensión de las dinámicas de las violencias sexuales que peticiones tan básicas como preservar a las víctimas y evitar la violencia institucional no están ni siquiera incluidas en las agendas de la política criminal. Mucho más lejos todavía de pensar que ninguna violencia sexual puede ser perpetrada sin violencia o intimidación y que los abusos, sencillamente, son agresiones.