Alba Badía (educadora de infancia del Espai Ariadna)
Familias mono-marentales, familias homo-marentales, familias extensas, mujeres sustentadoras del hogar a nivel material,… un gran abanico de posibles familias y realidades son ya presentes en las vidas de muchas de las criaturas de hoy en día. Desde muchas instituciones educativas que tienen un vínculo directo con la infancia contemplan y trabajan por la visibilización y la asimilación de los nuevos modelos familiares, aun así, la gran pregunta sigue siendo porque por estas criaturas los ideales de familia perfecto tradicional continúan tan presentes y siguen siendo tan deseados.
La infancia desde su primaria socialización entiende, con la transmisión de los sistemas de normas y valores, los roles abajo firmantes a ser mujer y ser hombre. Diferenciación que «abarca normas de comportamiento, actitudes, valores, tareas, etc. donde la feminidad se debe supeditada a la masculinidad, trascendiendo a todas las esferas de la vida provocando una relación de poder donde el hombre es el dominante mientras que la mujer, su papel, sus tareas, son devaluadas socialmente. «[1]
Seguramente la responsabilidad de ruptura con la normativa de género vigente, no la podremos depositar únicamente en aquellos individuos madres y padres que de la forma más bienintencionada posible intentan educar a sus hijas e hijos en un modelo de «igualdad», dando un mismo trato y posibilidades a estas personas que están creciendo con ellas. Cuántas veces hemos discutido sobre género con las familias y el argumento más utilizado es: yo lo he hecho igual con mi hija que mi hijo, pero no entiendo porque ella es tan tranquila y obediente y él es movido y rebelde. Sería iluso pensar, que sólo con la voluntad individual de cada figura marentales, se pudiera provocar una ruptura definitiva de una estructura familiar patriarcal que ha cambiado en su modelo pero no en sus valores.
La problemática se convierte en este propio concepto de igualdad, que hace que muchos obvien que la diferenciación de los roles de género estando invisibles a la mirada de la igualdad. Como dice Rosa Sanchis «no tener en cuenta el género, contribuye a las desigualdades no porque no las evidencia ni las denuncia sino porque las naturaliza. La naturalización de las diferencias y el espejismo de la igualdad impide que veamos los residuos patriarcales (Simón, 2008) que contaminan la convivencia en forma de machismo (los hombres son mejores, tienen derecho a los privilegios…), de androcentrismo (el hombre y el masculino son la medida) y de sexismo (la educación sexual que se da a las chicas y a los chicos continúa siendo distinta).»[2]
Algunos experimentos muestran[3] que el trato dado a una bebé vestida de niña o a un bebé vestido de niño, dista mucho de ser «igualitario». La forma de mover, hablar y las expectativas que ponemos en cómo deben ser una niña o un niño, hace que desde antes del nacimiento estas criaturas tengan un género asignado. Hecho que nos da luz en que desde la más pequeña infancia, los niños no son papeles en blanco, sino que ya van asimilando y posteriormente reproduciendo las imposiciones de género.
La cuestión de género es indisociable de la infancia, no hay una edad concreta para empezar a hablar de género con las criaturas, ya que los valores culturales y sociales establecidos están presentes desde el inicio de la experiencia vital.
Así pues, ni la asimilación de todos los nuevos modelos familiares existentes, ni el ya no tan nuevo cambio de paradigma en relación a la introducción de las mujeres en el mercado laboral, que ha hecho modificar las tareas de «apoyo en el hogar» de los hombres, ha conseguido hacer descender el papel esperado de la mujer y de la maternidad. Este modelo concebido en la estructura patriarcal, espera una mujer y madre «con una actitud al servicio ya la atención de forma incondicional a la demanda y necesidad de los demás, lo que inhibe sus posibilidades de autoafirmación y autonomía.»[4]
Esta construcción de los roles de género termina asentando y reproduciendo una identidad preestablecida, tanto de lo que hace referencia a las mismas criaturas: comportamiento, deseos, sentimientos, inquietudes, etc., como de lo que esperan de sus madres. Los posibles incumplimientos de género que se den en este entramado familiar, pueden ser vividos por las criaturas como una carencia y por las mujeres como una culpa.
El éxito de la libertad de género difícilmente se conseguirá con una infancia que sólo reconozca como válidos y asuma los cambios de los modelos familiares. Es imprescindible hacer un cambio de mirada en su propia construcción de género.
[1] Herrera Santi, Patricia (2000) Rol de género y Funcionamiento familiar.
[2] http://www.rosasanchis.cat/sexualitat/articles_ponencies/ponencia_jjff_09_granada_rosa_sanchis.pdf
[3] https://www.youtube.com/watch?v=_u_jRrBTLKA (La mente en pañales)
[4] Herrera Santi, Patricia (2000) Rol de género y Funcionamiento familiar.
*Ilustración de Joan Turu