Por una mujer superviviente de violencias y consumo que realiza tratamiento en Espai Ariadna
Soy mujer y soy persona y, como tal, merezco ser tratada con mis derechos.
A lo largo de este proceso, largo y duro, tanto en la comunidad terapéutica como en los anteriores pisos de reinserción de drogodependencias, algo que he aprendido muy importante es que no solo importa estar sobrio (y digo sobrio, no abstinente), es vital y necesario un cambio de comportamiento, de actitud y de manera de vivir. Tenemos que aprender a tener tolerancia a la frustración, cosa que no es fácil. Cuando consumes no tienes esta tolerancia, y hay que tener mucha paciencia también porque las cosas no siempre salen como tú querrías o las personas no actúan como te esperabas.
Todo esto lo digo ahora porque me veo ahora y antes, viendo el largo camino recorrido, en el cambio poco a poco que se ha ido produciendo en mí a lo largo de los meses.
Antes la tristeza daba paso al enfado o la rabia, no sabía gestionar bien mis emociones. Todo ello alteraba a las personas que estuvieran a mi lado y, particularmente, la más afectada era yo. Evidentemente, me hacía sufrir. Así, empecé a beber alcohol, sin abusar. A los 17-18 años me tomaba una cerveza o una copa de cava en casa con mi familia, pero a raíz de un fallecimiento mi consumo empezó a ser más elevado. A partir de ahí, el dolor, el consumo y el cambio de comportamiento empezó a gestionarse. Todo esto ahora lo veo desde la distancia. Luego vinieron parejas rotas, malos tratos psicológicos en algunas, mis padres vivían lejos y un sentimiento de soledad y vacío que ahora sé identificar.
También tuve terapia psicológica y un ingreso hospitalario, del cual aprendí mucho, conocí a gente muy interesante y profesionales muy buenos. Todo ello lo considero algo muy positivo en mi trayectoria.
También, y por el hecho de ser mujer que ha consumido sustancias, me he sentido, o mejor dicho, no me han mirado bien en algunos centros sanitarios y algunos médicos (no todos, claro está).
Recuerdo una ocasión, no hace mucho, cuando estaba ingresada en la comunidad terapéutica y tenía un permiso de fin de semana, tuve que acudir al oftalmólogo de urgencias ya que tenía una conjuntivitis muy fuerte. Al ver mi historial y empezar a hacerme preguntas sobre si aún consumía, su cara fue cambiando, todo un poema. Qué vergüenza. Pero no la mía, sino la que debería haber sentido él al haberme tratado con esa condescendencia.
Lo peor de todo es que era el oftalmólogo de mi padre en su día y ya me conocía. Lo típico y típica historia, mujer-drogas.
Luego vino el segundo fallecimiento, en una época en la que yo estaba sobria y muy bien, la verdad. Pero el dolor vino a mí otra vez de una manera tan grande, que tuve una recaída. Ahí fue cuando conocí a mi segundo marido. Él también consumía. Me vi sumergida en una espiral, de la cual no conseguía salir.
Después vino la primera agresión, luego más y más violencia. Cada vez iba en aumento, y también mi consumo, claro está. Era una bola que no se podía parar. Pero llegó el día en que me planté, y dije “¡Basta! Hasta aquí he llegado. Tengo que recuperar mi vida”. Han pasado 18 meses, he estado ingresada en una comunidad terapéutica, en la cual me sentí de maravilla y aprendí muchísimo. Luego estuve en un piso de reinserción de drogodependencias. Tengo dos altas terapéuticas y me siento muy orgullosa. Me ha costado muchísimo esfuerzo llegar hasta aquí, pero he llegado. He asistido a muchos módulos, talleres, de prevención de recaídas, he practicado muchas dinámicas, he aprendido mucho y con mucha ilusión. He conocido a profesionales estupendos que me han enseñado también con muchas ganas.
A pesar de las vivencias relatadas, tengo que decir que en mi vida no todo ha sido somba y oscuridad, he tenido momentos mágicos, como cuando nació Mi HIJA y otros que están grabados en mi memoria. No he perdido la ilusión, me emociono aún.
Ahora estoy aquí, en Espai Ariadna, y sigo aprendiendo. Es la recta final hasta llegar a Mi VIDA.
Una superviviente y luchadora.