Artículo de Damián Cano desde el Espai Ariadna
(Imagen de Kelly Simpson)
Todas las personas estamos llenas de contradicciones. Lamentablemente, las profesionales que trabajamos en el mundo de lo social no somos la excepción a esta regla. Nuestro discurso es una apología al empoderamiento, una oda al despertar, a las mujeres insumisas, rebeldes, transgresoras. Llenamos nuestros Facebook de carteles que logran likes y abren debates apostando por quien no se calla, por quien lucha, por quien se revela e insiste en salir del laberinto. Venimos a trabajar convencidas de que aquí, por fin, hay un espacio para las que han decidido alzar la voz. Y de veras intentamos que sea así, creemos en ello como nuestra religión, nuestras particulares gafas de ver el mundo.
Todas las mujeres que están realizando un proceso en Espai Ariadna son transgresoras; en mayor o menor grado. Han destrozado mandatos de género y diversas formas de control impuestas por esta sociedad que formamos todas las personas. Hasta aquí intuyo que estaremos de acuerdo. ¿Pero cuánto de transgresora ha de ser una mujer? ¿Cuál es el límite tolerable? ¿Qué es lo políticamente correcto a la hora de intervenir con este sector de la población? Pienso en un libro que me acabo de leer de la feminista mordaz e irónica Caitlin Moran y me pregunto yo también: “¿Cómo ha de ser una chica?” ¿Cómo de transgresoras han de ser las usuarias de Espai Ariadna?
Es un trabajo constante e imprescindible de todo el equipo que trabaja en este recurso el replanteo de esquemas propios, el cuestionar paradigmas personales que traemos de casa, el observar lo que nos provocan estas mujeres. Porque se dice/se postea muy rápido “¡revélate mujer, transgrede, blablablá!” Aquí, en nuestra cotidianeidad laboral están las protagonistas reales, las que lo han hecho de verdad, las que llegan llenas de dolor, de rabia, de culpa, de mil sentimientos ambivalentes y de furia. ¿Cómo no? Este batido de emociones no siempre nos presenta a una mujer fácil de tratar, agradable de acompañar, emocionante de trabajar. Algunas veces, de hecho, tratamos con situaciones muy/demasiado difíciles que derivan en un comportamiento complicado. Y uso estas palabras bonitas para decir que en muchas ocasiones el caso tira para atrás a la más valiente de nosotras por más profesionales y abiertas que quisiéramos ser. Sentimos como se nos tambalea el chiringuito y tendemos a “proteger” lo construido.
Me alegra poder concluir en que el trabajo de un equipo cohesionado que se permite escuchar voces profesionales plurales y dar tiempo antes de tomar decisiones; suele ser la clave para no cerrar más puertas a las que llegan con demasiados portazos vitales. Me satisface pensar que nuestro objetivo es revisar estas contradicciones, identificarlas, asumirlas y arrancárnoslas.