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«Al trabajar con mujeres con adicciones nos encontramos con numerosas formas de discriminación, abuso o trato desigual que ejercen hacia ellas las propias instituciones»

«Al trabajar con mujeres con adicciones nos encontramos con numerosas formas de discriminación, abuso o trato desigual que ejercen hacia ellas las propias instituciones»

Entrevista de UNAD – la Red de Atención a las adicciones (publicación original aquí) a Ana Burgos García, integrante de la Comisión de Adicciones y Género de UNAD y Coordinadora de los proyectos Malva y Noctámbul@s en Fundación Salud y Comunidad.

La idea de la campaña de UNAD por este 25-N se creó a partir de una idea propuesta por la comisión de Adicciones y Género en la que participa, ¿por qué se decidió poner el foco sobre la violencia institucional?

Porque, al trabajar con mujeres que presentan problemas de adicciones, nos encontramos con numerosas formas de discriminación, abuso o trato desigual que ejercen hacia ellas las propias instituciones, sumándose así a las violencias que ya sufren por el hecho de ser mujeres en una sociedad patriarcal. En muchas ocasiones, esta mala práctica institucional refuerza y perpetúa las desigualdades y agrava la violencia, revictimizando a las mujeres y sometiéndolas a situaciones de fuerte desamparo. Además, si les atraviesan, aparte del género, otros ejes de opresión como pueden ser la racialización, la clase, la orientación sexual o el hecho de ser consumidoras, el acceso a los derechos fundamentales se ve aún más obstaculizado. Por todo ello, decidimos focalizar nuestra campaña en estas violencias, para interpelar a profesionales, recursos y administraciones y fomentar una mirada autocrítica que problematice los estigmas y sanciones que volcamos, muchas veces sin darnos cuenta, sobre las usuarias.

¿Cómo se trabaja desde los recursos y programas de atención a las adicciones para que etiquetas como “sintecho” o “loca” no afecten a los tratamientos o a su acceso?

Hay diferentes estrategias. Por un lado, es fundamental la formación y supervisión de profesionales para que cuestionen sus propias creencias o estilos de intervención desde la perspectiva de género interseccional. Por otro lado, cada vez más se revisan las propias lógicas de los recursos, las cuales tradicionalmente responden a un consumidor tipo que es hombre, blanco, heterosexual, etc., y no están adaptadas a las mujeres en toda su diversidad. Por tanto, la revisión y transformación de las barreras de acceso y permanencia de las mujeres a los servicios, que genera la propia organización androcéntrica de estos, es un trabajo clave. Por último, y aunque hay más ejemplos, pero por mencionar alguno, la incidencia política para que las normativas y legislaciones se revisen desde esta perspectiva feminista es un trabajo que muchas organizaciones están realizando para que las macroestructuras no dificulten intervenciones efectivas y de calidad.

Y en el imaginario colectivo de la sociedad, ¿qué peso tienen estas etiquetas y cómo les repercute a las mujeres con adicciones?

Tienen un peso muy fuerte. Desgraciadamente, arrastramos concepciones muy misóginas que permean los discursos sociales, de representantes de partidos políticos, de medios de comunicación e incluso de las propias y propios profesionales que siguen sancionando a las mujeres. Estos estigmas atraviesan de una manera muy concreta a las mujeres que usan drogas o presentan problemas de adicciones: no es raro escuchar que son “malas madres”, “viciosas”, “locas” o “culpables”. Y esta culpabilización tiene un fuerte impacto en ellas: tardan mucho más en pedir ayuda, reciben menos apoyo social o, como decía, sufren una alarmante cantidad de violencias institucionales machistas.

Cambios normativos, intercambio de buenas prácticas, sensibilización… ¿cuál es el camino para paliar esta realidad?

Pues de todo un poco. Lo primero sería el reconocimiento de que las sanciones y violencias hacia las mujeres son estructurales, es decir, que están basadas en una organización social caracterizada por la desigualdad de género y la subordinación de las mujeres. Una vez reconocido esto, el camino pasa por diseñar estrategias que vayan a la raíz de esa estructura, cuestión que planteamos las expertas en perspectiva de género desde hace décadas: acciones transversales como cambios normativos, transformación profunda de recursos o formaciones obligatorias a todas las personas que trabajamos en el abordaje de las adicciones combinadas con acciones concretas como la creación de grupos no mixtos de mujeres y hombres para trabajar el género o campañas de sensibilización. Queda mucho camino pero, afortunadamente, estamos en él: cada vez son más las y los profesionales conscientes de lo imprescindible que resulta incorporar esta mirada en los proyectos y programas.

En este sentido, ¿a qué logros podemos mirar como referencias sobre las que seguir avanzando?

El trabajo desde perspectiva de género de las entidades es cada vez mayor. Desde la propia UNAD, la estrategia liderada por su Comisión de Adicciones y Género se va ampliando progresivamente: la Escuela de Género y Adicciones, la elaboración de campañas y materiales divulgativos o el diseño de protocolos de abordaje de violencias machistas en mujeres con adicciones son acciones de referencia con una gran acogida e impacto en las entidades. Fuera de UNAD, y aterrizando en el tema de las violencias institucionales, destacaría como una muy buena práctica la reciente creación del OVIM, Observatorio contra las Violencias Institucionales Machistas, un organismo clave de la sociedad civil organizada que vigila que las instituciones cumplan con su obligación de diligencia debida y garantía del derecho a una vida libre de violencias.

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