Por Patricia Martínez Redondo. Técnica del Proyecto Malva en Madrid.
Año nuevo. Un nuevo curso nos espera. Un nuevo curso para volver a formar a profesionales y estudiantes en materia de género y drogas.
Hace escasamente un mes, desde el Proyecto Malva realizábamos una formación a profesionales de las diferentes redes de atención en Alicante. Profesionales implicados/as que día a día atienden personas que acuden a sus recursos con, como diríamos coloquialmente: «más de un problema y dos». Lo decimos coloquialmente pero seguimos sin integrar que, realmente, esto es así: las personas no llegan a las redes de atención con un sólo problema. Sin embargo, organizamos los recursos de atención en general como compartimentos estancos donde atender UNA (y no varias) problemática(s): en cada recurso podemos tratar «x» situación pero no «esta otra». Las personas que participan en la formación lo saben y viven directamente cada día.
Malva realiza un trabajo de sensibilización, de toma de conciencia sobre la necesidad de actuar de forma integral con la persona que atendemos y acompañamos. Pero en los cursos se pone de relieve que son necesarias varias horas de «sensibilización», y una vez visto con los y las profesionales – primeras personas de contacto, y pieza clave de acceso a los recursos -, surge el siguiente problema: la organización estructural de las redes; los tiempos de trabajo, los recursos, los itinerarios… NO están preparados para poder atender de forma integral a la persona (esto es: las diferentes problemáticas que puedan aparecer en coexistencia) aunque sí veamos la necesidad como profesionales…
Llegamos entonces a un eje central de debate en las formaciones, y motivo de este artículo: ¿qué hacer si en una consulta por drogodependencia, la mujer que tienes delante habla de una agresión sexual (vivida en la pareja; vivida cuando fue pequeña en forma de abusos por parte de su padre o alguna otra figura cercana; vivida en forma de violación por un amigo o conocido en una fiesta; etc.)?. Porque esta situación no es anecdótica: la prevalencia de violencia sexual en mujeres que tienen un problema de abuso y/o dependencia de sustancias es elevada. Una de las profesionales del curso al que hacíamos referencia compartía su experiencia: «Estábamos hablando de su itinerario vital, de cómo llegó a consumir y cómo poco a poco se le fue de las manos… Unas citas después me contó que había vivido una violación por parte de un chico estando ella bajo efectos de sustancias… ella… no lo vio, pero coincidía en el tiempo en que empezó a aumentar su consumo, tanto en cantidad como en frecuencia. Lo ocultó, lo enterró… no quería hablar con nadie de ello, se sentía avergonzada, culpable por estar drogada…» Había sucedido hacía muchos años, era la primera vez que lo contaba a un profesional y que, además, iniciaba un proceso terapéutico de toma de conciencia de lo que ese suceso había tenido que ver en su itinerario de consumo.
¿Cómo seguir separando la drogodependencia de muchas mujeres de las agresiones sexuales sufridas? Esta profesional no lo hizo: no derivó a otro recurso; asumió el tratamiento de la violencia sexual sufrida por esta mujer porque tenía formación para trabajarlo con ella. Igual de dañino es derivar y perderlas en el camino entre recursos, que abordar un caso de violencia sexual sin perspectiva feminista / de género. Pero esta profesional es la excepción en una red en la que seguimos sin incorporar como protocolo (en recursos, redes, itinerarios y formaciones en drogas) la atención a la interacción de esas vivencias con los procesos de drogodependencias desarrollados…
Un año más y Malva vuelve a planificar horas de formación en «violencia de género» en el temario propuesto, porque hablar de género y drogas es también hablar de un tipo de violencia de género: la sexual, en los procesos de abusos y dependencias de sustancias en mujeres… esa asignatura -entre otras- pendiente.